Hoy hace 30 años, Colombia vivió uno de los peores desastres naturales de su historia, el 13 de noviembre del 1985, veinticinco mil personas fallecieron y el número de dagnificados fue igualo o superior al número de víctimas fatales por la erupción del Volcán Nevado del Ruíz.
Armero una localidad fundada en 1895, localizada a 48 km del Nevado del Ruiz y a 169 km de Bogotá, fue la tercera población más grande del departamento de Tolima
Han pasado 30 años de este triste episodio y el dolor está intacto como si fuera el primer día. Así es el relato de apartes contados por Ana Cecilia Santos, al periódico el Universal. “Sólo le dijeron a la gente que se encerrara y se tapara la nariz. Nunca hubo alarmas. Los expertos advirtieron que el Nevado del Ruiz era un volcán y que había que tener cuidado con la población aledaña”, recapitula Cecilia y de inmediato cuestiona al entonces presidente de la República, Belisario Betancourt, quien -dice- hizo caso omiso a los anuncios de los especialistas.
“El presidente le dijo al Gobernador que no dijera nada, y el alcalde murió en su escritorio tratando de comunicarse con el Gobernador”, señala Cecilia. “Yo ya fui al cielo y volví; no sé cómo le va a ir al señor Belisario Betancourt, pero sé que Dios es el encargado de cobrar esas cuentas”, dice mientras se encoge de hombros y los ojos se le irritan un poco, aunque no deja escapar ni una sola lágrima… “Yo no puedo llorar, debo ser la fuerza de mi familia”, susurra y pareciera haberse transportado tres décadas atrás. “Él (Betancourt) le sacó el cuerpo a Armero, como lo hizo con el Palacio de Justicia. Mucha gente murió infartada. El lodo estaba muy caliente, y en las noches se sentía mucho frío. Mi sobrino Juan David (hoy teniente coronel de la FAC), era una sola llaga. No se podía acostar, ni sentar. A él le sacaron una cantidad de cemento de los oídos”, dice mientras recuerda con resignación cómo a los cuerpos de las personas se les había adherido lodo y cemento derretido. Eso -dice- era lo que contaminaba y fue lo que generó cientos de amputaciones".
Han pasado 30 años, el dolor sigue, también el recuerdo y rechazo por quienes pudieron evitar esta tragedia y solo se limitaron a decir que esto no pasaría a mayores. Armero, se convirtió en un campo santo, donde miles de personas llegan cada año y dejan flores a sus seres amados.